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Vencer al Covid-19 para ganar el futuro

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Resulta imposible, casi milagroso, no toparse estos días con algún catedrático del “ya lo decía yo”, técnico en “no sé como no lo han visto venir, yo ya lo vi hace mucho”, o expertos mundiales en “el Gobierno no tiene ni idea, porque eso se debería haber hecho de esta manera”. Lo sorprendente es que, ante tanto talento desaprovechado, esos expertos en lo de ayer, sean incapaces de comenzar a arrojarnos luz sobre un futuro que preocupa, y mucho.

Y no es cuestión baladí, porque vienen tiempos difíciles para los que debemos ponernos a trabajar sin perder medio segundo. Tiempos en los que tocará recuperar la normalidad, y con ella, el pulso de la actividad. Tocará resucitar una economía dañada, una sociedad azotada que ya está pagando las consecuencias en forma de ERTEs, despidos, o ceses de actividad.

Nos toca afrontar un futuro incierto y duro. Y nos tocará hacerlo teniendo bien presente las dos principales conclusiones de toda ésta crisis que estamos viviendo.

La primera, que somos vulnerables ante lo desconocido, bastante más de lo que imaginábamos, y que, como consecuencia de ello, debemos reforzar los protocolos de reacción y protección ante futuros casos como el que estamos padeciendo. Ya subrayaba recientemente el ex consejero de Sanidad, Rafa Bengoa, la necesidad de invertir en sistemas de alerta, en la identificación de los virus y la capacidad en desarrollo de vacunaciones, pero de hacerlo entre pandemias, no cuando tengamos la siguiente encima.

La segunda, la relevancia que tiene nuestro sistema público, tan infravalorado a veces, y la imperiosa necesidad de reforzarlo como herramienta indispensable para hacer frente a cualquier crisis, del tipo que sea, así como para caminar hacia una sociedad más cohesionada y modernizada.

Será muy difícil ganar un futuro óptimo para este país sin partir de esa segunda conclusión. En los próximos ejercicios vamos a sufrir descensos recaudatorios, por lo que será ineludible recurrir al endeudamiento. Y no podemos permitir que todo el peso caiga sobre las espaldas de los ayuntamientos, primer eslabón en la atención ciudadana, pero también el hermano débil de la administración en toda crisis. Por ello, creo imprescindible la creación de una Comisión Interinstitucional de Emergencia Económica que defina las prioridades en la inversión pública, coordine los recursos y programas de todas las administraciones vascas y aporte los recursos de capital para esas prioridades, así como para las inversiones directas de la administración.

Es fundamental una buena coordinación interinstitucional que nos permita fortalecer las áreas de gestión más importantes en un futuro próximo. Y el primero de ellos es un sistema público de salud con personal e infraestructuras necesarias (aún recuerdo cuando algunos criticaban la “innecesaridad” de los hospitales de Eibar y Urduliz), capaz de mantener stock amplios de materiales, medicinas y tecnología adecuada para una respuesta rápida soportada en planes de previsión que incluyan otros planes de reconversión rápida de la industria para fabricar elementos necesarios.

Las políticas sociales, y, en su derivada, las destinadas a proteger a los más débiles, con un fortalecimiento del sistema de protección social que incluya su reforma para incluir las nuevas casuísticas que surgirán fruto de esta crisis. Debemos garantizar ingresos mínimos en condiciones excepcionales y tener una previsión en forma de caja de resistencia futura.

Nuestro objetivo debe ser proteger a los más débiles y luchar por la economía del país. Y eso pasa indefectiblemente por una reforma estructural, integral, y muy seria de Lanbide (hoy infrautilizada y orientada en un altísimo porcentaje a la gestión de ayudas), como herramienta formativa, orientativa laboralmente, como fuente de canalización de empleo. Hay que dotar a Lanbide de personal suficiente y, sobre todo, especializado y diversificado en materias, para que recupere su sentido como motor económico en la vertiente del empleo, y como elemento de soporte de las políticas industriales y de emprendizaje de la nueva era que está por venir.

Necesitamos también de una política industrial sólida, con políticas reales encaminadas a la creación de empleo, a la digitalización, con un capital volcado en sujetar temporalmente a las medianas y pequeñas empresas, a fomentar el emprendizaje y la creación de nuevas empresas de carácter tecnológico. Políticas que pongan en el centro a las personas, y no a los criterios exclusivos de determinados dirigentes de Confebask.

Nuevas políticas económicas de apoyo al comercio autóctono con una clara apuesta por la digitalización comercial, a la hostelería y al turismo frente a una recesión de consumo externo que deberá ser suplido con la confianza del consumidor de casa.

Políticas de vivienda que frenen situaciones de desamparo, que nos blinden frente a determinados abusos en los alquileres privados, y no permitan que nadie se quede sin un techo.

Políticas dirigidas a construir una estructura educativa y de trabajo que nos permita continuar con la actividad laboral y lectiva con garantías a través de plataformas digitales y tecnológicas que san un soporte real frente a situaciones de éste tipo.

Cuentan que tras el terrible terremoto sufrido por Lisboa en 1755 y preguntado por qué había que hacer, el primer ministro portugués respondió con pragmatismo: “Cuidar de los vivos, enterrar a los muertos”. En ésas estamos hoy también. Pero enfrentarnos al desafío inmediato que supone el COVID-19 no puede impedirnos empezar a preparar ya el día después, que, en nuestro caso, pasan por luchar unidos por el futuro económico de Euskadi, repartir entre todos los costes de la crisis y ayudar a los más necesitados. Y esto es algo que sólo podremos hacer unidos.